De los amigos y los goces por Samael HERNÁNDEZ RUÍZ
Por Samael HERNÁNDEZ RUÍZ
Le propongo al lector un respiro después de un ambiente saturado de temas políticos y electorales:
Hay cosas que nos llenan de alegría y otras que nos producen gozo, esto último sucede con la filosofía.
La filosofía es una disciplina que nos permite comprender nuestra existencia y no sólo vivirla. Claro que no es malo simplemente vivir la vida; pero es mejor vivirla comprendiendo sus facetas más profundas y sorprendentes; porque eso hace la filosofía, nos muestra las entrañas del mundo y nos sorprende.
Algunas personas viven preocupadas por lo cotidiano y no se ocupan de más. Conozco muchas de esas personas y algunas son buenas gentes, pero prefiero charlar con aquellas que, sin dejar de vivir con responsabilidad, buscan comprender en qué están metidos.
Cuando uno está en un problema (una enfermedad, una desilusión amorosa, una deuda económico, una angustia laboral, la pérdida de un ser querido, haber reprobado en la escuela y tantos otros) a veces no sabe qué hacer. Quizás le preguntemos a un amigo o actuemos como nos enseñaron nuestros padres o abuelos, o tal vez con apego a una norma, a un principio ético o tal vez simplemente apliquemos una “enseñanza de la vida”.
Aunque la filosofía también se ocupe de los actos morales e intente descubrir sus fundamentos últimos para establecer su Ética, su principal tarea es establecer lo que en esencia es el mundo y nuestra vida en él, es decir, descubre las leyes de la vida para que nos sirvamos de ello y seamos felices o, si de plano no se puede, comprendamos que toda infelicidad tiene una explicación racional.
Soy un consumidor de filosofía porque no hay nada más útil para vivir. Dicen que filosofía significa amor a la sabiduría; yo sería entonces un amigo de los filósofos. La verdad es que, excluyendo a mi familia y a mis amigos, yo prefiero juntarme con los filósofos; por cierto, algunos de mis amigos son filósofos, unos formados en la academia y otros formados en la vida, estos últimos son en ocasiones, buenos filósofos y mejores amigos.
Desde luego, no puedo reunirme y platicar con todos los filósofos cuyo modo de pensar me gusta, entre otras cosas porque algunos están muertos o viven en otro país, pues leo sus obras.
De un tiempo a la fecha me sentía un poco desesperado; no encontraba una novedad en la filosofía que me permitiera comprender mejor algunos aspectos de mi existencia o de lo que me toca vivir el mundo actual, siempre al borde del colapso, o al menos, así lo presentan los medios de comunicación y la plática cotidiana con la gente.
Y hablando de comprender, la ciencia es útil para explicarnos las cosas del mundo; pero es muy limitada para comprender los problemas de la existencia humana. Por eso cuando los científicos, que son humanos, tienen problemas, recurren a la filosofía.
Hace tiempo que la filosofía interviene en la ciencia para ayudarla a superar sus problemas; quizás la última intervención la hizo en las matemáticas Bertrand Russell y sus Principia Mathematica. Pero el primero que se ocupó sistemáticamente del conocimiento que después devendrá en científico, fue el griego Platón. Hay una larga tradición en la filosofía que trata este asunto de la existencia humana que plantea el problema del conocimiento y cómo logramos hacerlo.
La filosofía se ocupa de varias dimensiones de la existencia humana y sus circunstancias, diría José Ortega y Gasset, el tema del mundo como ser; el problema de lo bueno, con la ética, el enigma de lo bello con la estética, el tema de lo sagrado como la filosofía de la religión, etc..
Pero si tuviera que seleccionar lo troncal de la filosofía, yo escogería la Ontología y la Epistemología. La primera se ocupa del ser en general, y la segunda del conocer en la ciencia. De ellas dos puede derivarse todo lo demás, aunque no sin dificultad.
El hecho es que la filosofía comenzó por las preguntas ontológicas sobre el ser y terminó extraviada en otras dimensiones, para finalmente reencausarse con la pregunta acerca del ser del hombre al estilo del alemán Martín Heidegger. Esas dimensiones a las que me referí, tienen que ver con la ciencia y la avalancha de cambios inusitados, por un lado, y con el dolor y el estupor humano ante la desgracia que significaron la primera y segunda guerras mundiales, por el otro.
Después de Heidegger y la intervención de Russell aparecen las filosofías terapeúticas, que no originaron libros de autoayuda, como la de Peter Sloterdijk o las Éticas que buscan superar la estupidez humana de insistir en su autodestrucción radical, es decir, destruyendo su mundo, que no el Mundo. Después…, los filósofos callaron. Y no es que cesara la actividad filosófica; pues cuando los filósofos callan, (al contrario de los mariachis de José Alfredo Jiménez, otro gran filósofo de la vida,) es que están trabajando duro.
¡Y por fin! Me topé con unos desconocidos de los cuales me hice amigo de inmediato. Comencé por leer la obra de Graham Harman (Hacia el realismo especulativo. Ensayos y conferencias. Caja Negra Editora, 2015), del cual les platicaré después y la de Quentin Meillassoux (Después de la finitud. Ensayo sobre la necesidad de la contingencia. Caja Negra Editora, 2015).
Meillassoux trata en su obra el tema del conocimiento en general y del científico en particular. Su objetivo es explicar cómo es posible que podamos construir conocimiento científico sobre acontecimientos que ocurrieron hace mucho, pero muchísimo tiempo.
Puede que a usted amigo lector, si no es filósofo, le extrañe lo anterior y no le vea novedad alguna, pero permítame explicarle brevemente porqué lo anterior es interesante.
Resulta que desde Immanuel Kant (Crítica de la razón pura), quedó asentado en la tradición filosófica, que el marco único y absolutamente necesario en el que se podría dar cualquier experiencia, es el que se establece por la relación Sujeto-Objeto.
Hubo después una variante para incluir lo humano-humano (sujeto-sujeto), que fue posible por la noción de Intersubjetividad, lo que planteaba lo mismo, sólo que de Sujeta a Sujeto. Como quiera que sea, nadie cuestionó esta relación en la filosofía (omitiré el caso de la cibernética de segundo grado, porque no es filosofía sino ciencia).
Resulta que Meillassoux, quien es asquerosamente joven (el adjetivo no lo inventé yo, sino mi amigo el escultor Ches Cabrera), planteó una cuestión aparentemente simple: la ciencia actual, nos dice que la tierra se formó hace 4.5 mil millones de años. ¿Cómo es posible este conocimiento si nadie presenció el nacimiento de la tierra?
Es decir: ¡no hubo Sujeto para tal Objeto! ¿Significa lo anterior que es posible un conocimiento sin sujeto? O más suavemente, ¿hay acontecimientos que podemos conocer con un desfase en el tiempo?, es decir, ¿que los conocemos diacrónicamente en vez de sincrónicamente?
Lo anterior es un hecho, dichos conocimientos se construyen, existen; pero no tienen aún fundamento en la filosofía. ¿Hay que romper con el consagrado principio que correlaciona al Sujeto con el Objeto, que hasta ahora sabíamos que era el marco necesario para el conocimiento?
Lograr fundamentar filosóficamente los conocimientos científicos modernos no es fácil, pero eso es lo que intenta Meillassoux en su libro, y no sólo eso.
Kant también afirmaba que sólo conocemos las manifestaciones de las cosas, tal y como nos lo permiten nuestros sentidos; pero no la cosa en sí, es decir tal y como son fuera de nosotros, lejos de nuestra piel. Pues Meillassoux se atreve a sostener que la esencia de la cosa en sí, la Voluntad de mi querido Schopenhauer o la Voluntad de poder de mi admirado Nietzsche, o el Espíritu Absoluto de Hegel, se puede conocer en la medida en que la cosa en sí sea ¡matematizable! ¿Por qué?
Me gustaría invitar a mis amigos a comentar y discutir la obra de Quentin Meillassoux, quien inició la escuela que ahora llaman realismo especulativo; desde luego, con unas tapas y un buen vino tinto como recursos para una buena comunicación intersubjetiva (Habermas). ¿Usted gusta?